Hoy aprobé el examen práctico de manejo y en una semana tendré mi licencia.
En una semana seré la primera descendiente mujer de mi familia que sabe conducir un auto.
Mientras eludía los conos maléficos una turba de mujeres se reían fuerte, aplaudían y vitoreaban en el asiento de atrás del auto de la escuela de manejo con el que hice la prueba. Mamá, tía, abuelas, tías abuelas, primas segundas, me llevaron por esas calles ignotas de una ciudad que aún me es desconocida por partes. Porque las pruebas se realizan en calle. Con tránsito, baches, escuelas y señalización reales. Tanto como las estridentes voces que sólo yo podía oír.
Los nervios me llevaron a mal dormir varias noches, mucho más la de la víspera. Esa lluvia que sonaba suave sobre el techo de mi casa me indicaba que iba a ser difícil que me tomaran la prueba. Debía parar. Paraba de a ratos. Una vez que amaneció la cosa no mejoró. Salía el sol y al minuto vuelta a nublarse y volver a llover. La posibilidad de rendir era intermitente también. De todas formas me presenté con los papeles y el miedo a mano. "¿Quién me manda?" repetí varias veces, como si no supiera la respuesta. El sol pareció imponerse cuando me llamaron y durante toda la prueba.
Estacioné mejor que nunca. Me mecí con el zig zag suave y acompasadamente. Paré donde debía, seguí las indicaciones y giré con cuidado y agilidad. Tenía el control de El Carro del arcano. Tomar las riendas era la consigna. Me había animado (¿atrevido?) a aprender una nueva técnica, sumar un saber y aplicarlo a mi vida social. Lo había hecho a la edad que muches creen ya saberlo todo.
A los 55.
La vuelta fue cuando el remolino de sensaciones se agolparon. Creo que quería llorar (no lo hice), pero una sensación de calor -también podía ser presión alta- me abrasaba. Hasta bien me vino, con el frío polar con el que nos está castigando esta ciudad de Primavera Cero.
Caía la agitación, las revoluciones y la taquicardia. Lo que también estaba cayendo, evaporando, diluyéndose en los charquitos del predio era un mandato que tenía generaciones de vida rozagante.