domingo, diciembre 13, 2015

Estallido



Como no podía ser de otra manera, comienzo a escribir en medio de una crisis.
¿Por qué no podía ser de otra manera?

Entre los jirones que quedan de mí, los tientos que tiran bueyes de mi carne, mis brazos, mi sexo y mi voluntad, queda una mano libre y es así como encaro este texto. 
No es una posición cómoda. No conocí una jamás en toda mi incómoda vida.
Tal vez la inconfortable pesadez del ser sea un estado superador a la plenitud.
Ahí es donde se templan carácter, ideas, proyectos, emociones. Como si la comodidad fuera un utópico caso de leyenda urbana y suburbana.
Ya nadie tiene una cómoda en el dormitorio. Todo son placares y cajoneras. Cómodo son los ataúdes, nadie se ha quejado de lo contrario. 

Es así como la crisis mueve montañas, y no la fe. Si fuera así, las iglesias serían ferias de fenómenos telekinéticos.

Y aún así la evitamos sosteniendo un estado de placidez actuada. Nada, no pasa nada. La nada como latiguillo. Latigazo bien entendido en su diminutivo absurdo. Conformismo autoflagelante y mucha, mucha, mucha paciencia.
La llaman “santa” a la maldita. Tiene contratado un equipo de prensa que logra dejarla en el mejor de los lugares. La muy zorra.
La paciencia es la anestesia, el botón pause, el color gris. Todo lo que detiene la manifestación de la vida a pleno, sin tapujos ni almohadones.
La brutalidad mejor entendida, la bestialidad a la que le han menospreciado el mote. Pobres bestias, inocentes brutos.

Cuando llega la crisis hay que hacerla pasar, que se estire a sus anchas y servirle algo. Seguramente no se quedará mucho. Pero si no lo hacés, no te va a dar vida pateándote la puerta, asaltándote en sueños, hablando en actos fallidos.
No, mejor dejale tu mejor sofá y una vez que se sienta cómoda se irá a buscar las camas de clavos que tanto bien le hacen.

Haceme caso.
¿Ves? Ya se fue.



EU*